De mi largo pelo fué prendida
en él, una flor que me trajiste,
y al punto, de tus ojos fuí rendida
por siempre, del regalo que me diste.
A mi piél etérea, el sutíl perfume,
reflejaba el color de tal manera,
que presa de su encanto, y en resumen,
impregnaba de aroma mi melena.
Tan bella flor, parece que encontraste,
en un jardín florido que tenías,
más, cuando de mi pelo la soltaste
cayó en el suelo, para angustia mía.
Acerquéme hasta el suelo a recogerla,
y "desta" guisa me encontró el destino
de tal suerte, que al ír a componerla,
se incó en mi dedo una sutíl espina.
Brotó la sangre de mi mano dolorida,
y no hallé ningún pañuelo en que limpiarme,
pués te asustaste tanto al ver mi herida,
que corriste a tirar la flor al traste.
¿A qué tomar la flor de planta alguna,
si luce más hermosa de su helecho,
bañada por la blanca luz de luna,
prendida de su tallo y en silencio...?
M. CANO (derechos reservados)
M. CANO (derechos reservados)